Últimamente me pasa mucho: surgen las conexiones más insospechadas entre estímulos y emociones. Sí, de un programa de radio ligero, intrascendente, o de una valla publicitaria, surgen mensajes que abren puertas en la mente que le hacen uno (re)conectar con cosas que duermen a gran profundidad en su interior. Cosas que, aunque casi nunca se recuerdan, están íntimamente ligadas a lo que uno es, que han definido de forma decisiva nuestra forma de mirar al mundo.
Hoy, una de esas conexiones me llevó a recordar el olor a bebé. Me atrevo a decir que, aunque es algo aún más poderoso cuando lo desprende nuestra propia sangre, es el olor más maravilloso del mundo. No puedo evitar relacionarlo con esas vidas puras, totalmente dependientes, confiadas, sostenidas en nuestras manos. Con el olor que desprende una persona que aún tienen todo el tiempo para hacer de éste un mundo mejor, que aún no carga sobre sus espaldas con penas o culpas.
El olor del florecimiento, de que todo es posible, de una naturaleza prístina que perdona nuestros agravios y continuamente nos da una nueva oportunidad para hacerlo mejor.
El olor del milagro… y es que, después de respirar unos instantes esa fragancia delicada, parecida a ninguna otra, y abrir los ojos, tiene uno la certeza de que en esa figurita que observa intentando descifrar la realidad, hay algo más que lo podemos tocar. Hay intención y futuro. Hay oportunidad para redimirse.
Cabrónidas says
Nacer es el único acto vcrdaderamente testimonial que un humano puede llegar a hacer.
admin says
Hola. Desde luego que es un acto milagroso que nunca dejará de maravillarme.