La obra fundacional de la literatura moderna española es el reflejo de un tiempo duro y prosaico donde las almas sensibles, como el propio Cervantes, debían refugiarse en mundos inventados para lograr una visión aceptable o por lo menos risible del mundo.
Esta monumental obra, de la que Fíodor Dostoyevski sostiene en su Diario de un escritor que «no puede hallarse una obra más profunda y poderosa que Don Quijote. Representa, hasta el momento, las más grandiosa y definitiva palabra de la mente humana, y también la más amarga ironía que puede formular el hombre», fue esculpida por el genio de Miguel de Cervantes.
La trayectoria vital del autor, a ratos heroica y las más de las veces desgraciada, le permitieron comprender los recovecos del alma humana en aquella España exuberante y decadente del siglo de oro.
Cervantes: primeros años y juventud
Poco se sabe de sus primeros años. Breves pinceladas, como que vive una juventud de estrecheces y continuos cambios de residencia siguiendo al padre, modesto cirujano que llegó a sufrir la humillación de la cárcel, por una cuestión de deudas.
Ante la perspectiva poco favorable que le ofrece su tierra, con veintidós años un joven Cervantes busca fortuna en la milicia, participando al poco de sentar plaza en las galeras del mediterráneo en «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver los venideros»; la batalla de Lepanto ocurrida en 1571, donde la armada cristiana obtiene una gloriosa victoria sobre la temible flota turca. El futuro escritor desempeño un valiente papel en el combate, lo que resultó en diversas heridas, una de las cuales dejó su mano izquierda deteriorada de por vida, de ahí su sobrenombre de el manco de Lepanto.
Foto: Cervantes imaginado por el pintor Augusto Ferrer-Dalmau en 2016.
No obstante, dicha lesión no debió ser del todo incapacitante para la profesión de las armas pues, tras una convalecencia de seis meses, siguió combatiendo en diversas expediciones navales hasta que emprende el regreso a España en 1575.
En su petate cargaba una carta de recomendación del mismísimo Don Juan de Austria, jefe supremo de la armada cristiana en Lepanto y hermano del rey, que esperaba le reportase algún beneficio por sus esfuerzos militares. No obstante la mala fortuna se ceba de nuevo con él, siendo capturado por una flotilla turca mientras navegaba a la península y llevado a Argel donde fue vendido como esclavo.
Por cinco años vivió las tremendas condiciones de un preso cristiano sin nombre ni fortuna. Fueron momentos en los que a más de uno le flaqueaban las fuerzas y la voluntad, pereciendo o aceptando cambiar a la religión mahometana con el fin de lograr la ansiada libertad. Por contra, Cervantes era un hombre audaz que no se resignó, intentando hasta en cuatro ocasiones la fuga, siendo siempre capturado y sufriendo el, imaginémoslo, duro castigo. Finalmente, en 1580, es liberado por unos frailes trinitarios con dineros procedentes de limosnas.
Por fin de vuelta en España, se encuentra con que la situación familiar es, para variar, cercana a la calamidad. Con alguna esperanza se dirige a la Corte a hacer valer sus antiguos sacrificios militares pero España le pagó de la misma manera que a muchos otros héroes anónimos que lucharon por su gloria, con la indiferencia y el desprecio.
Para ser más preciso, según consta en los papeles de sus biógrafos, recibió una recompensa de 50 escudos. ¿Una fortuna para la época, o más bien calderilla? Lo cierto es que el rescate que se pago por su liberación del Argel fue de 500 escudos. En dicha cantidad valoraban estos a un esclavo, y en aquello el país ibérico a un héroe.
Pero la vida de Miguel continuó. Se casó con Catalina de Salazar, un matrimonio que, debido a las obligaciones que la vida impuso al escritor fue un cúmulo de ausencias y, de nuevo, una experiencia alejada de la felicidad.
recorriendo los caminos del quijote
Decidido a vivir de su pasión por la escritura, comprueba con desilusión que sus primeros escritos no apuntan al éxito, como la Galatea en 1585, lo que le incita a buscar un oficio. Recala en el ingrato puesto de comisario de abastos, en otras palabras, requisador de provisiones para las huestes de Felipe II que ya perfilaban la expedición de invasión a Inglaterra. Fijando su residencia en Sevilla recorre los caminos de Andalucía cumpliendo con su cometido.
Allí se da de bruces con la formidable y terrible realidad humana en toda su diversidad: ignorantes labriegos, curas altaneros, miserables hidalgos o cortesanas se suceden en su polvoriento caminar forjando inusitadas vivencias que le permitirán conocer profundamente el espíritu humano, aprendizaje que se verá reflejado más tarde en El Quijote.
Según se dice, fueron unas acusaciones infundadas acerca de su labor como requisador las que le hicieron pasar algunos meses en la cárcel de Sevilla, donde terminaría de retratar a los más prosaicos ejemplares de la picaresca andaluza. Puede que fuese en este tiempo de reclusión forzada cuando empezó a escribir la inmortal obra.
El nuevo fracaso laboral, tras el experimentado en la carrera militar, le impulsó a variar otra vez su rumbo. En 1603 se traslada con su familia a Valladolid, reuniéndose con su mujer, Catalina, de la que había pasado largo tiempo separado. Fue en esta ciudad donde remató El Quijote y obtuvo el permiso para su publicación, en el 1605, año en que vieron la luz las primeras ediciones.
La primera parte del Quijote obtuvo de inmediato un éxito sin precedentes, pero la mala estrella de Miguel se hizo de nuevo patente: a pesar de la gran cantidad de ejemplares vendidos, apenas obtuvo beneficio de los mismos. La que si fue abundante es la cosecha de enemigos que surgieron en el mundo literario, celosos de su éxito.
En el 1606 vuelve a Madrid donde a pesar de seguir viviendo con estrecheces, la vida transcurre más plácidamente, pudiéndose dedicar de nuevo a su pasión por la escritura.
No obstante, aún tendría que soportar nuevas afrentas en esta época final de su vida, como la publicación del Quijote de Avellaneda, una segunda parte de las aventuras del triste caballero promovida por un autor mezquino que intenta aprovecharse de la fama de Cervantes. Esto acelera la publicación de la segunda parte de su gran obra (1615) y, sintiendo ya cerca la muerte, tiene aún tiempo de publicar su otra gran novela: Los trabajos de Persiles y Segismunda.
Finalmente, este héroe de las letras (y las armas) españolas, muere en Madrid el 22 de abril de 1616, rodeado de miseria. Tanto que su familia no pudo pagar su entierro y tuvo que ser costeado por la caridad.
Contemplando su trayectoria, percibimos una vida plagada de sinsabores, fracasos y ausencia de reconocimiento. Pero tales circunstancias que a otro hubiesen amargado o derrotado sin paliativos, fueron transformados por el genio del escritor en El Quijote, que es su visión de la vida, donde se entremezcla el heroísmo y el fracaso, la fe y la picaresca, la verdad y el disimulo. En definitiva, lo azaroso e incluso humorístico de la existencia.
Foto: Don Quijote según Honoré Daumier
Esta versión de la vida de Miguel de Cervantes y su influencia indudable y poderosa en su obra se ha basado en el libro de Jaime Fernández Invitación al Quijote.
En cuanto al Quijote, que tantas ediciones ha visto, podemos encontrar este lujoso proyecto que incorpora aportaciones novedosas como la recuperación de uno de los preliminares de la edición de 1605 que se perdieron en la imprenta y ha sido encontrado recientemente, así como un volumen adicional con comentarios de cada capítulo realizados por especialistas en la obra.
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Antonio says
Murió en Esquivias? Hay un error y sobre su vida en Argel habría mucho que hablar
admin says
En efecto, había un error ¡gracias por el aviso!