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Hace poco leí una frase que hizo restallar algo dentro de mi, que permitió que ciertas imágenes que ya estaban cercanas, terminasen por hacer conexión. El texto decía «un optimista cree que todo va a salir bien, mientras que alguien con esperanza tiene la certeza de que, pase lo que pase tiene sentido».
Claro, inmediatamente fui al diccionario y no, la definición que allí se muestra de ambos términos (optimismo/esperanza) apenas difiere pero… no quería dejar que un pequeño contratiempo estropease eso que mi mente había empezado a hilar. Y es que pienso que no hay por que dejar que reglas estrictas limiten nuestra capacidad para explorar el mundo, y la palabra, el lenguaje, son herramientas fundamentales para ello. Por tanto, decidí aceptar la veracidad de la frase en función de una visión del lenguaje como algo vivo, cambiante y único para cada grupo social e incluso para cada persona.
Cogí, pues, diario y pluma, para seguir tirando del hilo de la frase, que expone de forma evidente dos posturas vitales que es muy importante conocer y reconocer:
La primera, el optimismo, encierra una visión loable, útil, pero un tanto pueril; de alcanzar certezas injustificadas, de voluntad de saber y controlar aquello que a todas luces escapa a nuestras posibilidades. De pensar que el universo puede girar para nuestro mero beneficio.
Por contra, la segunda parte del enunciado habla de una convicción que nos reconoce falibles, y vulnerables. Parte de un todo que no llegamos a dominar y comprender totalmente. Paradójicamente, esta postura otorga más tranquilidad. Nos acerca al resto de seres, embarcados en un mismo viaje, interactuando unos con otros de una forma más intensa de lo queremos reconocer, un efecto mariposa permanente y mágico.
En definitiva, una esperanza que nos permite incorporar de forma más tranquila los sinsabores de la vida, que nos lleva a una comprensión sutil de que la alegría y la tristeza, la luz y la oscuridad, se necesitan mutuamente para existir, que todo cambia y que el viento todo se lo lleva. Que este viaje maravilloso no depende de nuestros gustos y preferencias, que aunque a veces puede parecernos estar acomodados en el tren de la bruja y otras en el Orient Express, siempre podemos ver paisajes maravillosos desplegarse a través de la ventana…, que quizás el sentido de todo sea simplemente aceptar la naturaleza del viaje y no cansarnos de mirar ese sublime teatro en el que somos un actor más.
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Ideas cogidas al vuelo, en apariencia intrascendentes, que pueden ayudar a dar un nuevo impulso, a despertar algo que latía en nuestro interior pero no acababa de manifestarse y que, cuando lo hace, suponen un pequeño paso en el camino del crecimiento, la comprensión y la aceptación.
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