El tiempo en la antigüedad
Hubo una era, la más larga en nuestra historia, en que la humanidad comprendía el tiempo de otra manera; como algo cíclico e inmenso en sus magnitudes, lo que nos empequeñecía hasta la intrascendencia, y venía marcado, como muchas otras circunstancias de la existencia, por los astros.
Debido a este convencimiento compartido, pueblos dispersos sin una cultura común, nómadas que aún no habían decidido erigir ningún edificio duradero que los diese seguridad (y los atase a un territorio) se reunían para construir enormes estructuras de piedra para celebrar, quizás en ciclos que duraban varios años, que los astros nos volvían a visitar, que el orden seguía reinando y aún no tocaba a se anunciaba el fin de este genial y terrible teatro de la existencia.
Pero esta forma de participar en los ciclos naturales, de ver reflejado en el movimiento eterno de los astros nuestros desvelos, la vida terrenal, de sentirnos uno con la creación, empezó a cambiar poco a poco.
las primeras civilizaciones
La clave de este cambio de conciencia fue el paso que se dio de estar en comunión con la naturaleza a dominarla. Agricultura y ganadería contribuyeron a reducir la majestuosidad del mundo que nos rodeaba, pues parecía que el ser humano podía tener bajo control cosas que antes simplemente dejaba que pasasen.
El tiempo se empezó a moldear para adaptarse a esa nueva forma de vida. Ciclos agrícolas o crecidas de ríos, magnitudes muchos más modestas, centraban ahora la atención, pero esto no suprimió el temor reverencial por los grandes ciclos de creación y destrucción, guerras o prosperidad, que anunciaban las grandes confluencias cósmicas.
La modernidad
Y pasando los siglos llegó una nueva era en que la presión sobre nuestro entorno (recordemos, no mucho tiempo atrás considerado como dotado de vida y significación, como nosotros) se multiplicó. La mera existencia humana se reducía cada vez más, abandonándose los inciertos mundos religiosos y espirituales, a cambio de un afán racional y materialista que nos abocaba a la industria y la fábrica. Es el momento en que los ciclos naturales más cercanos; día/noche, paso de estaciones, también dejan de importar. El tiempo se vuelve muy pequeño, mísero en su proyección, limitado al tiempo productivo entre cuatro paredes.
La separación con el resto de la realidad estaba consumada, y algo importante murió dentro de nosotros, dejándonos en una fría soledad guiada por el lejano resplandor salvador, que parece nunca se acerca del todo, de la ciencia. Controlamos perfectamente cada hora, minuto y segundo. Pero hemos perdido el ritmo, el contacto, con el resto de lo que existe.
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