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No sólo escribimos con fines creativos. A lo largo de la historia también ha sido fundamental copiar las obras originales para su estudio, conservación y difusión. Generaciones de anónimos artesanos, funcionarios o artistas han posibilitado que el saber de la humanidad se fuese acumulando y expandiendo, dando lugar a nuevos avances.
Ninguna historia de la escritura, por breve que sea, estaría completa si no hablara sobre la forma en que los textos se han reproducido y difundido en una escala cada vez mayor.
La escritura nació por la necesidad del ser humano de llevar un registro de sus realidades económicas, legales y religiosas. Luego, se elevó a nivel de arte y fue imprescindible para la evolución de nuestras sociedades, ayudada en gran medida por el hecho de que los textos fueron recogidos en bibliotecas y luego copiados para difundirlos a través del mundo.
De esta forma, un texto escrito dejó de ser único para convertirse en el portavoz de la palabra, ideas y conocimientos de quién lo escribió, permitiendo que las civilizaciones avanzaran bebiendo de los conocimientos de otras tierras.
la escritura con tinta y su expansión
Si bien los soportes inscritos son los más perecederos en el tiempo, no cabe duda que cuando se generalizó la escritura con tinta se liberó la palabra para que viajase alrededor del mundo. Ésta, ligada a soportes más ligeros y ágiles que la piedra o la arcilla, sirvió para que los escritos pudiesen trasladarse, difundirse e incluso reproducirse una y otra vez a manos de hábiles escribas.
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Aunque la recopilación de la escritura inscrita (tallada o cincelada) fue el inicio de las bibliotecas —como la de los reyes de Asiria en Nínive, con 30.000 tablillas de cerámica del siglo VII a. C.—, es la tinta la que permitió conservar y duplicar textos para crear centros culturales de gran renombre, como la Biblioteca de Alejandría, la de Pérgamo, la del Foro Romano y muchas otras.
La tinta negra más comúnmente empleada para la escritura se obtenía a base de hollín, agua y goma arábiga. Mientras, las tintas de colores que se usaban en rúbricas y decoraciones, se componían de minerales diversos. Por ejemplo, la tinta roja se elaboraba con plomo tostado o sulfuro de mercurio y se empleaba sobre todo para dibujar las iniciales y ciertos ornamentos.
Escribas y copistas
La primera civilización que contó con escribas oficiales y un sistema de educación para la escritura fue la egipcia. Estos escribas eran de familias nobles y alcanzaban un estatus muy importante dentro de la sociedad egipcia.
Con la conquista de estas tierras por Alejandro Magno y el establecimiento de Ptolomeo como monarca (325-285 a. de C.) cuyo linaje, los lágidas, dominaría por siglos el milenario país, Alejandría se convierte en una capital cultural con el griego como lenguaje oficial.
También en las culturas griegas y romanas apareció la figura de los copistas, quienes solían ser esclavos especializados en la tarea de reproducir para sus amos las obras requeridas. De igual forma, existían libreros con varios esclavos copistas, que reproducían textos por encargo.
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No obstante, se sabe que el concepto de edición y comercialización del libro no se desarrolló en Roma hasta el siglo I a. C. Fue entonces cuando se sustituyó el formato de rollo por el de códice: un grupo de hojas cosidas entre sí formando un lomo y protegido por cubiertas, de forma muy similar a la que reconocemos en el libro moderno.
Así, el imperio Romano y la difusión del latín como lengua común, posibilito la expansión de la escritura y la acumulación de conocimientos. Tal es la importancia que se daba a este ámbito que se puede constatar que poco antes de la caída de Roma, existían en la ciudad 28 bibliotecas.
Los amanuenses medievales
Durante la Edad Media europea, fueron las instituciones religiosas las encargadas de mantener el legado escrito de la antigüedad. Esta misión recayó en monjes especializados en copiar los manuscritos y códices, conocidos como amanuenses, que trabajaban en colaboración con expertos traductores de griego y latín.
Esta tarea era importante no solo para conservar del paso del tiempo los manuscritos antiguos sino también para distribuir copias en las bibliotecas de abadías y conventos, de modo que más estudiosos pudieran tener acceso a ellos, expandiendo de ese modo el conocimiento y las diversas interpretaciones de los mismos, lo que permitía crear nuevos caminos de sabiduría, al tiempo que se preservaba de la desaparición las obras que ya no dependían de la conservación de un sólo volumen.
Cada monasterio importante de Europa poseía una sala dedicada a ese fin, llamada scriptorium, a la que solo tenían acceso los monjes amanuenses, el abad y el bibliotecario.
Las copias creadas de esta forma se hacían por encargo de la nobleza o el propio clero, a altísimos precios. Esto se explica debido a que un copista experimentado era capaz de escribir de dos a tres folios por día, por lo que copiar un códice voluminoso podía conllevar varios años. Eso, sin contar que el producto obtenido era embellecido y decorado con esmero, hasta ser elevado a la categoría de obra de arte.
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Los inicios de la impresión
Ya acercándonos al cambio de milenio, con la introducción del papel por lo árabes, apareció la xilografía como forma de difundir panfletos de carácter publicitario, político o literario, siempre para trabajos de pocas cuartillas. Este invento surgió en China siglos antes, pero no es hasta pasado el siglo VIII cuando encontramos que el uso del papel en Europa se populariza.
La técnica xilográfica consistía en tallar el texto —dibujos incluidos— en una tablilla de madera, la cual se entintaba y se transfería al papel con un rodillo. Este proceso provocaba un desgaste de la madera considerable, lo que imposibilitaba crear muchas copias utilizando el mismo molde.
De China también procede la impresión tipográfica, en la que se empleaban tipos móviles de madera, porcelana y luego metal. Esta invención sirvió como base para que el orfebre Johannes Gutenberg creara la prensa de imprenta con tipos móviles moderna en torno a 1450.
Su mérito fundamental consistió en unir todos los elementos disponibles de su época para el nacimiento de la imprenta: el papel, las tintas con base de aceite, el trabajo con metales del que era un experto, la prensa y los tipos móviles. Así, pudo imprimir 180 ejemplares de 1.200 páginas de la llamada Biblia de Gutenberg o Biblia de 42 líneas, que fueron rápidamente adquiridas por altos cargos del clero a buen precio.
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El impacto de su invención fue extraordinario: si hasta aquel entonces en Europa las copias anuales se contaban por cientos o unos pocos miles, en los 50 años siguientes se estima que las impresiones fueron de 12 a 20 millones de libros.
Con este avance tecnológico se inició la impresión moderna, que revolucionó la cultura, la educación y el pensamiento para siempre al dejar de depender la transmisión del conocimiento de la mera escritura manual y para hacerlo cada vez en mayor medida de medios mecánicos.
La impresión hasta nuestros días
La imprenta de Gutenberg fue el paso necesario para que evolucionaran diversas tecnologías y métodos de impresión y reproducción.
La flexografía, la serigrafía, el huecograbado, la fotolitografía, la litografía, la impresión offset, la xerografía y los métodos digitales son los herederos de esa labor que iniciaron los copistas de la antigüedad en un afán constante por transmitir conocimientos.
No obstante, hasta los albores del s. XX la creación literaria y académica se siguió realizando de forma eminentemente manual, aunque su posterior difusión estuviese ya plenamente mecanizada. Y es que hay quienes consideran que la escritura manual difiere en buena medida de la realizada con la mediación de tecnología analógica (máquina de escribir) o digital (ordenador personal).

Termina aquí este breve repaso a los aspectos más importantes de la historia de esta técnica, creación o habilidad humana; la escritura, que tanto nos ha dado y nos seguirá dando, ya que permite potenciar nuestras capacidades y superar muchas de nuestras limitaciones.
Nos vemos pronto es estas páginas. Saludos.
Me llamo Álex Padrón y soy un escritor compulsivo: a mano, a máquina, en ordenador, en mi cabeza…lo que importa es seguir contando historias. Y si no estoy escribiendo, lo más posible es que lea. ¡Nos vemos en mi choza!
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