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La casa de Asterión – Borges

Literatura

14 Abr
Asterión mito del minotauro Borges obras inspiradoras

         Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas, cuyo número es infinito, están abiertas día y noche a los hombres, y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí, ni el bizarro aparato de los palacios, pero si la quietud y la soledad.

Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se posternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó en el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El laberinto del minotauro Creta historia mito

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el del otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o ahora desembocaremos en otro patio o bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son infinitos los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son infinitos los mares y los templos. Todo está muchas veces, infinitas veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. quizá yo he creado las estrellas y el sol, la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

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Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

          El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre. —¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.

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El OTRO, en mayúsculas.

Estamos ante un brillante ejercicio de recreación psicológica y metafísica consistente en meterse en la cabeza del monstruo, del incomprendido y diferente. ¿Y qué nos encontramos allí? ¡Oh, sorpresa!; un niño gigantesco, demencial, abandonado a su suerte después de una rudimentaria socialización a partir de la que ha forjado una cosmología, una teogonía, propia.

¿Qué hay más allá de lo significados construidos y compartidos en sociedad? ¿Qué hay fuera del grupo?. Hay originalidad, locura y decadencia. Un universo individual. Hay pureza e inocencia en la incomprendida maldad, pero sobre todo, hay mucha soledad.

Quién vive fuera de la sociedad, o es una bestia o es un dios, decía el sabio griego.

En este caso encontramos ambos espíritus. Un ser poderoso y vulnerable que, en ausencia de calor humano, de referencias, no ha acertado a encontrar sentido al mundo y, hastiado, sólo espera que lo qué el regala a los demás le sea devuelto: la liberación final.

2 Comments

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Reader Interactions

Comments

  1. Pincho says

    25 agosto, 2021 at 14:05

    Excelente comentario, empático y conciso, sobre uno de los relatos constantes de mi vida. Saludos.

    Responder
    • admin says

      25 agosto, 2021 at 16:12

      Hola. Lo cierto es que es una muestra perfecta del vasto conocimiento en todos los ámbitos (lengua, mitología, simbología) del maestro Borges.

      Responder

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