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No son pocos los que afirman que, con la aparición del teclado y los dispositivos inteligentes, la escritura a mano está condenada a desaparecer. Es un criterio que esgrimen tanto los entusiastas de la tecnología como aquellos que ven con tristeza cómo las nuevas generaciones escriben cada vez menos —y cada vez peor.
Tal afirmación está lejos de ser cierta: es como decir que el teclado electrónico dejó obsoleto al piano.
No se puede negar que la escritura a máquina, y luego en ordenador, facilita la comunicación y la difusión del mensaje que queremos transmitir. No obstante, nada reemplaza el uso universal —y el toque personal— de la escritura a mano. Al fin y al cabo, es una vieja amiga que nos acompaña hace más de 5.000 años y que nos permitió convertirnos en lo que somos ahora.
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Lenguaje y protoescritura
Los expertos coinciden que uno de nuestros grandes saltos evolutivos como especie fue la aparición del lenguaje complejo que milenio tras milenio permitió transmitir a través de la tradición oral los conocimientos y experiencias adquiridas a la siguiente generación. De esa forma se iba acumulando una cultura que nos permitía una mejor adaptación al medio. Se cree que hace 300.000 o 200.000 años nuestros antepasados (Homo erectus) eran capaces de hablar.
No obstante, este tipo de comunicación tiene la desventaja de ser perecedera, pudiendo llegar a desvirtuarse —aunque también enriquecerse— al ser transmitida. En la medida que la sociedad humana se iba tornando más compleja, surgió la necesidad de transmitir dicho conocimiento de una forma diferente.
Los primeros intentos de representación del lenguaje tienen sus raíces en la pintura rupestre y el uso de imágenes para transmitir ideas (hace 30.000 años). Aunque se supone que aquella tiene un origen místico-religioso, lo cierto es refleja una preocupación siempre presente en la especie humana: dejar una huella de su paso que perdure en el tiempo y le hable a su descendencia después de su muerte.
Antes de la escritura propiamente dicha, se han encontrado muchas evidencias de pictogramas y grafismos que se remontan a cerca de 20.000 años, pero no fue hasta hace unos cinco milenios cuando los sumerios y los egipcios —puede que de forma aislada— comenzaron, por fin, a escribir.
¿Cuándo empezamos a escribir?
En primer lugar daremos una breve definición de la escritura: ésta consiste en la representación gráfica del lenguaje hablado o idioma, mediante signos trazados sobre un soporte para conservar y transmitir información.
Se puede decir que comenzamos a escribir cuando ya no podíamos confiar en la memoria debido al gran volumen de datos que era necesario registrar, resultado de la acumulación de excedentes, y el comercio asociado, que surge con las primeras ciudades.
Así, estas incipientes manifestaciones de escritura recogen ante todo contratos comerciales y registros contables (sí, todo muy prosaico), presumiblemente entre mercaderes que no hablaban la misma lengua pero reconocían la valía de lo plasmado en una tablilla de arcilla.
Según el estado actual de las investigaciones, dos culturas ancestrales se disputan el derecho a proclamarse la primera inventora de la escritura: Egipto y Sumeria. Por el momento, parece que la más antigua y la que se desarrolló más rápidamente fue la de la civilización mesopotámica (Sumeria), con pruebas de la misma en torno al 3.300 a.C., mientras que las primeras representaciones egipcias aparecerían un par de siglos después.
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¿Cómo escribimos?
Básicamente, todas las formas de escritura pueden separarse por sus dos elementos constitutivos principales: los ideogramas o logogramas, que representan conceptos/palabras, y los grafemas, que simbolizan sonidos o grupos de sonidos.
Los sistemas más antiguos de escritura comienzan con pictogramas: signos que representan el objeto al que se refiere: así, un círculo con líneas alrededor representa al sol.
De aquí se se evoluciona a ideogramas, al ampliar la capacidad representativa de los símbolos escritos según el contexto. Veremos entonces que el signo del sol puede también significar luz o divinidad.
Pero el sistema no servía para enunciar nombres propios ni elementos gramaticales. Fue ahí donde surgieron nuevos sistemas de representación que deriva en el fonograma: dibujos que representaban sonidos silábicos y que podían unirse para formar palabras: por ejemplo, un sol y un dado para indicar ‘soldado’.
Finalmente, el proceso de evolución/esquematización del lenguaje alcanzo el nivel actual (en muchas culturas) con la aparición de las escrituras fonéticas o alfabetos.
EL ORIGEN DEL ALFABETO
Mientras que la primacía de la escritura parece que se puede atribuir a los sumerios, el origen del alfabeto parece que está en Egipto: sobre el 2.000 a.C. existe ya un adaptación alfabética muy desarrollada de los jeroglíficos.
A pesar de que los egipcios, por un mero apego cultural, nunca dejaron de usar el sistema ideográfico, su invención se expandió mezclándose con otros sistemas de escritura, como el cuneiforme mesopotámico, y otros pueblos, como ciertas poblaciones semíticas, para dar origen a alfabetos puramente fonéticos que derivaron en los conocidos en la actualidad. El primero de los cuales que alcanza un grado de maduración y difusión importante fue el fenicio.
Hay dos variantes del alfabeto fenicio que han tenido un impacto importante en la historia de la
escritura: el alfabeto arameo y el alfabeto griego.
Hay que señalar que tanto el fenicio como el arameo carecían de vocales (como el hebreo actual). Éstas se interpretan o presuponen por el conocedor del idioma.
Pues bien, el arameo parece haber sido el origen de gran parte de los alfabetos modernos del continente asiático.
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En cuanto al alfabeto griego, maduro ya sobre el siglo VIII a. C., surge como una adaptación del fenicio pero usando, por primera vez, signos para representar las vocales.
Posteriormente este alfabeto fue asimilado por los etruscos desde las colonias griegas al sur de la península itálica, y de aquellos, gracias al amplio influjo cultural que tuvieron sobre los romanos, derivó en el alfabeto latino.
Descubriendo alfabetos y lenguas
Por supuesto, la escritura no tiene sentido si no somos capaces de leer su contenido. En el caso de las escrituras antiguas esto representa un tremendo desafío, porque no tenemos a mano a un escribano de aquel tiempo que nos explique que representa cada signo.
No obstante, tanto los jeroglíficos antiguos como la escritura cuneiforme sumeria nos hablan ahora, a milenios de distancia, gracias a las claves dejadas en el pasado.
Al igual que las primeras excavaciones arqueológicas que descubrieron los restos de civilizaciones perdidas (Schliemann, Arthur J. Evans), el desciframiento de importantes lenguas del pasado han sido posibles gracias al genio y la voluntad aventurera de ciertos estudiosos:
La piedra Rosetta
En el año 196 a. C., el faraón Ptolomeo V promulgó un decreto que se inscribió en piedra: el texto superior en jeroglíficos egipcios, la sección media en escritura demótica y la parte inferior en griego antiguo.
Esta piedra fue hallada en 1799 por Pierre-François Bouchard, oficial francés que participaba en la campaña egipcia de Napoleón cerca de Rashid (Rosetta) y luego llevada a Londres en 1802. Como el griego era una lengua conocida y la inscripción era la misma en las tres lenguas, la piedra Rosetta sirvió de base para poder interpretar otras inscripciones en jeroglíficos egipcios.
La Inscripción de Behistún
Descubierta en 1835 por Henry Rawlinson en una pared al aire libre al oeste del actual Irán, fue tallada en un acantilado de la localidad del mismo nombre por orden del rey Darío I de Persia (522-486 a. C.).
Esta talla incluía textos idénticos en las tres lenguas oficiales del imperio: el persa antiguo, el babilonio y el elamita. Gracias a que existían referencias para traducir el texto en persa por su carácter silábico, se lograron entender las claves de las otras dos lenguas y contrastarlas con los restos de la gran biblioteca de Asurbanipal, con varios miles de tablas de arcilla en escritura cuneiforme.

La escritura representó una verdadera revolución para la Humanidad, dotándola de una “segunda memoria”. Su aparición separa a la prehistoria de la historia y es una de las habilidades inherentes a nuestra naturaleza civilizada.
Así, la escritura a mano es una amiga fiel, a la que podemos recurrir una y otra vez para expresarnos con un mínimo de recursos, trascender y hablar a las generaciones que están por venir. Hace tanto que nos acompaña, que será muy difícil que la dejemos de lado por los avatares de la modernidad.
Y tú lector o lectora, ¿compartes nuestra opinión?, ¿crees que la escritura manual se seguirá usando en unas décadas o que se convertirá en una reliquia del pasado?
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