Presentamos una breve introducción al lapicero: una sencilla pero efectiva herramienta de escritura y dibujo de la que aún queda mucho por descubrir.
Corre una historia/leyenda urbana por la web afirmando que durante la carrera espacial en los años 60 entre los Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, los astronautas de la NASA se enfrentaron al problema de que los bolígrafos no funcionaban con ingravidez. Según la misma, los estadounidenses se gastaron millones de dólares en diseñar un bolígrafo que escribía en cualquier condición, mientras los soviéticos empleaban un simple lápiz.
Como digo, esto no es más que un rumor porque lo cierto es que ambas agencias utilizaron lápices en un principio para posteriormente desarrollar bolígrafos especiales.
No obstante, es un ejemplo de cómo la Humanidad le debe mucho a este instrumento de escritura al que no siempre tomamos en consideración. Gracias a él fueron posibles no sólo el desarrollo de la literatura, sino la escolarización masiva y muchos avances en las artes plásticas.
Breve historia del lapicero
La historia del lápiz o lapicero comienza en 1564, en Seathwaite Fell, Inglaterra, con el descubrimiento por vez primera de un yacimiento de grafito puro. Éste se produjo de manera fortuita, cuando una tormenta desarraigó un roble. Al principio, se pensó que la sustancia encontrada era una especie de plomo negro, por lo que se le llamó plumbago. Más tarde, en 1789, Abraham G. Werner determinó que era una especie de carbón cristalizado (con la propiedad de marcar o escribir con facilidad) a la que llamó grafito, del griego grafein = escribir.
En un primer momento fue empleado usando las mismas rocas según se extraían, llamadas marcapiedras, para reconocer las ovejas de diferentes rebaños. No obstante, como el grafito es muy frágil, pronto empezaron a mecanizarlo en forma de barritas que se envolvían en hilo de lana. En la medida que la barra se iba gastando, se iba desenrollando el hilo para exponer la punta. El mineral —esencialmente, un carburo de hierro— era útil también para recubrir los moldes de fundición de los cañones para la guerra, por lo que Inglaterra monopolizó y restringió el comercio de este mineral.
Esta escasez fue resuelta en el año 1750 por el alemán Kaspar Faber (creador de la que sería la compañía Faber-Castell), que obtuvo un grafito tan bueno como el inglés a partir de una mezcla de éste material con polvo de azufre, antimonio y resinas.
Emprendedores americanos, como Benjamin Franklin y Henry David Thoreau siguieron desarrollando en el s. XVIII nuevos métodos de fabricar lapiceros de forma más eficiente, y otro inventor (Ebenezer Wood) fue el primero en crear lapiceros facetados con 6 y 8 lados, que mejoraban el agarre.
Posteriormente (1795) el francés Nicolas Jacques Conté añadió arcilla a la composición de la mina, lo que aumentó su versatilidad y popularidad. También desarrolló el método para obtener una mina mezclada con diferentes pigmentos, lo que dio origen a los lápices de colores.
De forma paralela, el austríaco Joseph Hardmuth descubre que utilizando distintas proporciones de ambos elemento (arcilla y grafito) se puede variar la dureza de la mina, creando así las distintas gradaciones del lápiz.
Los últimos pasos hacia el lapicero moderno se dan durante el siglo XIX. Aunque ya en 1760 los italianos Simonio y Lyndiana Bernacotti emplearon una armazón de madera para envolver la mina de grafito, es en 1812 cuando el americano William Monroe patenta una técnica para recubrir éstas con madera de cedro.
Luego, el químico inglés Joseph Priestley descubre que la savia de hevea (caucho) podía ser empleada para borrar los trazos del grafito. En 1850, Hymen Lipman patentó la goma de borrar colocada en un extremo, dando origen al lapicero tal como lo conocemos en nuestros días.
¿Para qué se utiliza el lápiz?
Los lápices son instrumentos de uso cotidiano para estudiantes, arquitectos, carpinteros, artistas plásticos y un sinnúmero de otras profesiones. Todo aquel que necesite realizar un trazado que no sea permanente y se pueda borrar, empleará un lápiz para hacerlo.
Pero refiriéndonos específicamente al ámbito de la escritura, podemos encontrar autores que como Goethe, el autor de obras como Fausto o Las cuitas del joven Werther, prefieren escribir a lápiz en lugar de utilizar tinta.
También hay quienes los escogen para la toma de apuntes en entornos laborales o académicos.
Otro uso habitual es para subrayar, apuntar o marcar en cuadernos, libros, revistas, etc., con la ventaja de que nuestra acción podrá tener vuelta atrás.
Pros y contras de los lapiceros
El lápiz produjo el declive del uso de plumas de ave y plumillas desde su aparición debido a ciertas ventajas sobre los instrumentos que usan tinta líquida-acuosa:
- La primera de ellas es su limpieza: puede llevarse con comodidad en cualquier parte (como un bolsillo de una camisa que apreciemos) sin temor a que la manche de tinta, fallo que era muy común en las primeras estilográficas. Además, la propia naturaleza de la mina de grafito en unión con la goma de borrar permite corregir lo escrito de manera sencilla.
- Otra de sus ventajas es la inocuidad: el grafito no es tóxico, como tampoco lo son los pigmentos que se usan para crear lápices de colores. Esto los hace idóneos para que los niños puedan ejercitar su caligrafía y dibujo sin riesgo para la salud. Otra de sus ventajas es que es un producto 100% natural, hecho de madera, grafito y arcilla.
- El precio de un lápiz es mucho menor que el de cualquier otro instrumento de escritura, como también lo suele ser su peso.
Se puede considerar su principal desventaja precisamente el motivo por el que muchos lo usan: como sus trazos pueden borrarse, la escritura a lápiz no es tan duradera como la realizada en tinta. Por ello, ningún documento oficial puede rellenarse utilizando un lápiz, para evitar que el contenido sea susceptible a ser alterado.
Tipos de lápices
Si nos referimos a su uso para la escritura, los lapiceros se clasifican fundamentalmente según la dureza de la mina, determinada por la cantidad de arcilla empleada en su elaboración.
De esta forma, los lápices tienen una escala que va desde el 9B hasta el 9H (9H, 8H, 7H, 6H, 5H, 4H, 3H, 2H, 1H, HB, F, 1B, 2B, 3B, 4B, 5B, 6B, 7B, 8B y 9B). Los marcados como B (blackness) son blandos y su trazo es de color negro intenso (+ grafito), mientras los de denominación H (hardness) son más duros y sus líneas de color gris claro (+ arcilla).
El lápiz más usado es el HB, que se encuentra justo a mitad de esta escala, con un 68% de grafito en su mina. La gradación en la escala suele inscribirse en el cuerpo del lápiz, cerca del extremo.
No obstante, como ya hemos señalado esta herramienta se utiliza para otras tareas además de a escribir, por lo que encontramos diversos formatos y composiciones de la mina o grafito en los modelos pensados específicamente para el dibujo. Así tenemos lápices de acuarela (acualerables), de carboncillo, de colores, de sanguina y lápices de tizas pastel.
Termina así una visión panorámica de lo que esta sencilla pero eficaz herramienta de escritura y dibujo puede hacer por nosotros.
Es cierto que su carácter no duradero parce hacerle perder cierta valoración ante nuestros intentos de combatir lo efímero, pero ese es precisamente su encanto y gran ventaja; versatilidad, facilidad de uso y disfrute del momento.
Arquidibujor says
Interesante sobretodo la historia del lápiz. Me sorprendió que al principio se fabricara el envoltorio con hilo de lana.